¿Qué hacer cuando un proceso terapéutico se estanca?

¿Qué hacer cuando un proceso terapéutico se estanca?

Quienes trabajamos en salud mental sabemos que la terapia no siempre transcurre en línea recta. Hay momentos de avance sostenido, otros de mayor estabilidad, y también etapas en las que el proceso parece haberse detenido. Estos momentos pueden generar frustración en los pacientes, pero también en los y las terapeutas. ¿Qué podemos hacer cuando sentimos que la terapia no está generando los efectos esperados?

¿Cómo identificar un estancamiento terapéutico?

A veces, sin darnos cuenta, el proceso entra en una rutina. Las sesiones se vuelven repetitivas, hay poco movimiento emocional o cognitivo, y la relación terapéutica pierde vitalidad. Algunas señales que pueden alertarnos:

  • El paciente evita venir, llega tarde o cancela con frecuencia.
  • Se expresa sensación de estancamiento, tedio o falta de sentido.
  • Se retoman los mismos temas sin producir cambios.
  • Disminuye el compromiso con las tareas o el trabajo entre sesiones.
  • La alianza terapéutica parece debilitada o frágil.

Frente a estos indicadores, es importante detenernos a pensar: ¿qué está pasando en la dinámica del tratamiento? ¿Estamos necesitando un cambio?

Causas posibles del estancamiento

Un proceso que se estanca no necesariamente es un proceso fallido. De hecho, puede estar mostrando que se alcanzó un límite —del encuadre, del vínculo, de las herramientas disponibles, o incluso del momento vital del paciente.

Algunas razones frecuentes incluyen:

  • El paciente ya logró los objetivos terapéuticos iniciales.
  • Las demandas actuales requieren un enfoque diferente.
  • Hay temas aún no disponibles para el trabajo terapéutico.
  • Las expectativas del paciente y del terapeuta no están alineadas.
  • La frecuencia o modalidad del tratamiento ya no resulta adecuada.

Reconocer esto no implica “cerrar” la terapia inmediatamente, sino abrir un espacio de revisión.

¿Cómo intervenir?

El estancamiento puede ser una gran oportunidad clínica si se trabaja de manera abierta y colaborativa. Algunas estrategias posibles:

  • Nombrar lo que está pasando. Dar lugar a la experiencia de estancamiento sin patologizarla, y validar el malestar o la confusión que puede generar.
  • Revisar objetivos. ¿Qué trajo a la persona a consulta? ¿Siguen vigentes esas metas? ¿Qué cambió desde entonces?
  • Explorar el vínculo terapéutico. ¿Qué se puede decir (y qué no) en este espacio? ¿Cómo se siente el paciente en relación con el terapeuta?
  • Proponer cambios. Puede ser útil ajustar la frecuencia, introducir nuevas técnicas, redefinir los encuadres o incluso sugerir una derivación.

La clave está en sostener una postura flexible, atenta y abierta al diálogo.

Cuándo considerar un cierre o una pausa

Si luego de revisar e intervenir el estancamiento persiste, puede ser momento de pensar en una pausa o en el cierre del proceso. Tomar distancia puede permitir al paciente observar desde otro lugar lo trabajado, y también abrir la posibilidad de retomar en otro momento o con otra modalidad.

En muchos casos, la derivación a otro profesional (con otro enfoque o especialidad) resulta beneficiosa. Para eso, es importante poder hablar del cierre sin dramatizar, reforzando la autonomía del paciente y valorando el recorrido realizado.

Sostener el encuadre, sin rigidez

Como terapeutas, nos formamos para sostener procesos, contener emociones complejas y acompañar en la incertidumbre. Pero también es fundamental desarrollar la capacidad de reconocer cuándo algo no está funcionando, y tener la flexibilidad para adaptarnos.

Detectar una rutina terapéutica a tiempo no solo mejora el pronóstico del tratamiento, sino que fortalece la confianza del paciente en el proceso psicoterapéutico en general.