¿Cómo vivir mejor?
Reflexiones existenciales desde la terapia
Cuando Irvin Yalom comenzó su formación como psiquiatra en los años 50, siguió el camino tradicional: un análisis freudiano cuatro veces por semana, durante 700 sesiones. Su analista era mayor, tenía un consultorio rodeado de profesionales que ella misma había analizado. “Fue como ser analizado por mi abuela”, recuerda con ironía. A la distancia, reconoce que esas horas no lo transformaron: no se habló allí de lo que luego entendió como las verdaderas preocupaciones centrales de la vida.
La muerte. La libertad. El aislamiento. El sentido.
Estos grandes temas (que para Yalom forman la base de una psicoterapia verdaderamente profunda) estuvieron ausentes en ese análisis. El encuentro con la obra Existence de Rollo May, publicada en 1958, le mostró un camino alternativo: una psicoterapia ni biológica ni ortodoxamente analítica, sino una forma de encuentro con las cuestiones existenciales más fundamentales.
Yalom entendió entonces que, si quería escribir sobre esto con autenticidad, tenía que hablar con personas que realmente estuvieran frente a su propia muerte. Reunió pacientes con diagnósticos terminales y comenzó a trabajar en grupos. La experiencia fue profundamente movilizante para todos: estudiantes que lo observaban desde un espejo unidireccional rompían en llanto; él mismo sufrió terrores nocturnos. Pero también encontró algo más: una forma radical de conexión con lo que significa estar vivo.
La gran tarea pendiente de la psicoterapia
Lo que más lo preocupa hoy es la pérdida de una formación profunda en psicoterapia. Rodeado de colegas con décadas de experiencia, Yalom observa que muchos jóvenes profesionales no están siendo entrenados en terapias de profundidad. La lógica breve, sintomática y manualizada domina el panorama actual.
En un seminario reciente con terapeutas de grupo, la mayoría conducía entre cinco y seis grupos por semana. Pero casi todos eran de corte conductual, con foco en transmitir información, ejercicios y técnicas. Nadie parecía interesado en trabajar lo interpersonal, ni en preguntarse cómo los pacientes se mostraban en el vínculo con otros. “Eso me entristece”, dice.
Envejecer (con conciencia)
Hoy, a sus 94 años, Yalom se siente más sereno frente a su propia finitud. Ya no hay tanto terror como antes, sino cierta aceptación. Recientemente, al ver una foto antigua del equipo docente de Stanford, se sorprendió al notar que casi todos los que aparecían allí ya habían muerto. Un momento de nostalgia, pero también de perspectiva.
La vida con su esposa Marilyn, unos meses menor que él, está llena de pequeños placeres: leer juntos el diario al sol, disfrutar del tiempo sin urgencia. “Decimos en broma que estos son nuestros ‘años dorados’. Y lo son”, afirma.
Lo que aprendemos frente a la muerte
El contacto con personas que enfrentaban enfermedades terminales le dejó una lección inolvidable: muchas comenzaban a cambiar de forma positiva. Al aceptar su mortalidad, empezaban a cuestionarse:
¿Por qué sigo haciendo cosas que no quiero hacer? ¿Por qué sigo viendo a gente que no quiero ver?
Reorganizaban su vida según lo verdaderamente importante. Dejaban de perseguir lo trivial y comenzaban a vivir con más intención. Yalom cita a Schopenhauer: “Si te pasás la vida persiguiendo objetos, llega un punto en el que no los poseés: ellos te poseen a vos.”
¿Cómo vivir mejor?
Tal vez el punto no sea evitar la angustia existencial, sino atreverse a mirarla de frente. Para Yalom, eso transforma la vida. No se trata de resignarse, sino de vivir más plenamente desde la conciencia de lo finito. Así, la psicoterapia se convierte no en una técnica para controlar síntomas, sino en un espacio para preguntar (con honestidad) qué nos importa, a quién queremos cerca, y cómo queremos vivir lo que nos queda.